martes, 4 de noviembre de 2008

Bien vale una sonrisa



Recuerdo con una pequeña sonrisa aquél 4 latas familiar. Te lo voy a presentar, es fácil de imaginar: tenía un asiento delantero ocupado por el chófer, el copiloto y el que iba en medio (éste muy preto al copiloto para no entorpercer la maniobrabilidad del Fernando Alonso al uso), un asiento trasero con cinco ocupantes (cuatro iban sentados muy junticos y el quinto en el regazo de uno de ellos, pidiera o no ¡apa!) y un asiento (de fabricación propia) en lo que venía a ser el maletero, ocupado por otras tres personitas. Si las cuentas no fallan, cabían once personas. Pero no paraba allí la cosa, porque arriba de este mostruo, en la vaca y bien sujeto, iba el equipaje de todos sus ocupantes para unos tres meses.

En cierta ocasión al descargar en Jaca, destino de las vacaciones de verano, dos señoras de las de entonces que estaban tomando la fresca, al vernos desembarcar exclamaron con asombro, cuando ya habían abandonado el haitáculo la mitad de sus ocupantes: ¡pero aún salen más! Y es que era todo un espectáculo ver cómo salían chiquillos por los cuatro costados de aquél magnífico choche. Aunque lo mejor era el viaje en sí mismo. Cuatro horas desde Zaragoza hasta Jaca, sin parada alguna y sin cantearse ninguno, entre otras cosas porque no había espacio para tamaña pretensión. Y ¡claro! de alguna forma había que pasar el tiempo porque cuatro horas eran cuatro horas (eso no ha cambiado con el paso de los años) así que se oían cantos (un elefante... dos elefantes...), juegos como el veo veo, el que encontraba cómo acomodar la cabeza echaba un sueñecito, y los últimos kilómetro se veían pasar al compás del rosario. Es lo que podríamos llamar "un auténtico viaje familiar".

Ahora tal hazaña sería impensable, sobre todo si tenemos en cuenta que hasta los 12 años es obligatorio el uso de la sillita especial, ¿cómo meter en aquél cacharro 9 sillitas de estas?, lo dicho, totalmente imposible y no digamos nada acerca de la multa que ello originaría. Los tiempos cambian, lo que antaño era posible y permisible, se ha tornado en imposible e impermisible. Por otra parte también han cambiado las costumbres porque nosotros hemos cambiado. No obstante el ayer siempre perdurará, y aunque sólo sirva para arrancar una sonrisa ya merece la pena recordarlo.

Hoy te dejo con una invitación: recuerda un retazo de tu historia, revívela con cariño y comprueba que una sonrisa se ha dibujado en tu cara. Si de paso quieres compartirla, tal vez consigas fabricar montones sonrisas en montones de rostros, que buena falta nos hacen.

1 comentario:

Sofía Campo Diví dijo...

El problema era que todos nos peleábamos por la ventanilla, que creo que nos era asignada por costumbre a los dos mayores. Toda una odisea de viaje, bomitonas aparte, al pasar por el puerto de Santa Bárbara. Besicos